miércoles, 28 de octubre de 2009

Rapsodia de un racconto

Aún puedo recordar el temblor en mi espalda, amoratada por las horas de viajes cuando el silbido de la lluvia me llamó en mi traje de música para volver.
Para volver a las fauces del lobo, para volver a las patas del caballo. Porque entre la excitación del retorno sabía que te podría encontrar y tal vez no fueras tú.
Tú, amante calida de abrazos siniestros, tú que mas que mi compañera eras mi apoyo, mi bastón deslucido entre las ecos del golpetear incesante de las lagrimas caídas del cielo. Yo que mas que hombre era un niño perdido en tu regazo, yo que mas que amante era un bebe ansioso de tus pequeños pechos que me entregaban la leche calida de tus abrazos. Por eso la tarde en que me negaste y que tus abrazos se volvieron de piedra me fui desmembrando por Avenida Providencia, que podría ser la Avenida Alcortacicatriz. Que mas da donde fuera, encapuchado en mi chamarra ahogando mis lagrimas como si fuera un desahogo interno, un pena tan mía que no quería compartirla con nadie. Ni siquiera contigo. O tal vez solo contigo y por eso esperé a que llegaras a rescatarme al Terminal sur, a ese puerto maldito que durante horas fue testigo de mi desilusión. Pero nuevamente el puente se rompió y te vi desaparecer por entremedio de las ciudades y pueblos que me rescataron.
Y fue así, salvado de la vorágine pero con el corazón en un hilo, que descargue mi equipaje de vuelta en Valdivia. Con el temor cierto de verte. Y así fue…
Pero no vestías tu traje de mujermacho sino una sonrisa melancólica con la piel desgarrada a la salida de un supermercado. Y tu pelo ya no era corto ni tus colores castaños sino de una fuerte azabache. Una cascada de la cual me prendí nuevamente y que me bañe dejándote entrar como el agua que limpia la piel por las mañanas, dejando nuestros cuerpos conocerse como me pediste, perdiéndote nuevamente por las calles del parque Bustamante solo para reconocer ilusamente en mi vigilia que esta vez no te dejaría escapar. Y te salí a buscar y te encontré vestida de mi duelo cruzando los semáforos de Valparaíso. La cuna de las ilusiones bizarras con esa escalera hediendo a orines donde el amor eterno afloro desde nuestros labios como si fuera una declaración sin palabras. Y luego el tranquilo despliegue de las olas sobre las playas del Quisco como el vals en una luna de miel, como la firma de un pacto implícito que pensamos nunca acabaría. Pero no fue así, porque esta historia tú y yo sabemos que jamás tendrá fin. Así fue como el mismo día que te conocí te deje partir para perderte y esta vez no fueron tus abrazos de piedra sino tus ojos de medusa los que me transformaron a mí en piedra ardiente. En lava volcánica a punto de explotar, emergiendo desde las profundidades de la tierra, quemando todo a mí paso solo para revivir en el alba de una mañana de resurrección.
Y ahí me volví para mirar hacia atrás y de nuevo estabas tú. Esta vez entrando impaciente en mi vida, vestida de pequeño jilguerillo cantante en el amanecer de mi ventana. Y nuevamente te deje entrar en mi ilusión y en nuestra sorpresa. Y deje que mataras mis monstruos y que me miraras desde la palma de tu mano. Y deje que te alojaras en el pequeño nido de mis abrazos. Y renací aun sabiendo que no estaba listo para volverte a tenerte, aun sabiendo que en mi corazón no se apagaba el fuego del último odio que me entregaste. Y nuevamente desafié el destino para encontrarte donde jamás te podría encontrar, en la realidad de mi volcán herido estallando desafiante, solo que esta vez con una fuerza que estaba cansada por dentro y que no me dejó renacer. Y me volví a dormir en los placeres.
Internamente volví a dormir. Un sueño inquietante cuando nuevamente el sur alargo sus brazos exigiéndome el diezmo que se merecía. Y ahí temeroso me volví a entregar a tu olor de fresa y tus rojos colores. Solo que esta vez tú historia ya es conocida para mí. Solo que esta vez mí corazón quizás si aprendió la lección de que no debo tratar de atraparte ni dejar que la trilogía maldita me llene con sus acordes de ilusión-distancia-ansias. Solo que esta vez no te dejo con el odio de mi volcánico corazón sino con la esperanza de los hechos consumados.
Solo que esta vez nuevamente estoy solo esperando en mi soledad a ti, que siempre has estado dentro de mí y que jamás me has dejado y que de tanto buscar tal vez olvidé que vivías adentro...muy adentro mío.

sábado, 24 de octubre de 2009

Canción Erotico-Gay

Deseo
Tomarte del cuello como una guitarra
Y deslizar mis dedos sobre tu cuerpo

Ansió
Soplar tus labios como una flauta
Y sobre tu espalda poner los agujeros

Anhelo
Ponerte entre mis piernas como un chelo
Y abrazarte mientras froto tu estomago

Desespero
Por golpearte encima como una batería
Y entre mis piernas rozar tu entrepierna

Quiero que me penetres
Como la música
A mis oídos

La muerte del matador

El toro resopló con fuerza por su nariz tratando de recuperar el enfoque de sus ojos cansados de dolor. Sus músculos se contraían evitando los espasmos que debilitaban su postura. La sangre derramada en su cuerpo hacía brillar su pelaje azabache bajo la luz enceguecedora del sol sobre la plaza de San Marcos. El último tercio estaba por concluir.
El matador hizo una pirueta delicada (casi femenina) y agitó la muleta. Desde el estaquillador el pañuelo rojo osciló como una bandera. La bestia, motivada por la acción de los colores, lanzó un bramido y se abalanzó sobre el espigado contrincante. Las banderillas enterradas en su espalda se arrastraron contra el viento como una cometa de colores buscando levantar el vuelo desde la densa mancha de sangre en su espalda. El matador esperó pacientemente la embestida y cuando terminó de medir al animal, desplegó desde la muleta el estoque listo para ejecutar el pase mortal. La fina hoja atravesó la espalda del toro de manera impecable y el público pensó en un extasiado final de la lidia. Pero aún quedaba algo por decir. Porque en el momento justo que el toro sentía como la lengua de acero le besaba el corazón, un espasmo eléctrico que subió por su cuello lo impulsó a girar la cabeza sobre el torero. Sus hermosa ornamenta, heredada de la casta andaluza, se transformó en ese instante en una puñalada que se clavó directo en el estomago de su contrincante arrastrando su cuerpo por todo el largo de la plaza y los intestinos que se empezaban a desparramar desde al herida dejaron una estela de sangre en su camino. Los espectadores apagaron un grito de desesperación. El toro se giró sobre si mismo mirando el cuerpo casi inerte del matador y exhalando un nuevo resoplo se dejó caer sobre la arena tibia de la plaza.

El poeta

Se paró frente a los micrófonos y la multitud enamorada que esperaba el dulce bálsamo de sus palabras. Se mojó los labios y aspiró una gran bocanada.
Y dijo.

“Nada de lo que ustedes han escuchado de mí es real. Nada de lo que he escrito tiene siquiera alguna relación con la realidad. Nada, de lo que han leído por mí, ha sido una experiencia cercana a la realidad.
Todo lo que ustedes creen que soy es mentira.
Todo ha sido creado por mis ansias de ser alguien.”

Y giró frente al estupor del público para esconder una sonrisa.

Testimonio Abismal

Adorada mía.

Escribo esta carta como un mudo testimonio del miedo que me tiene al borde de la razón. Estoy prisionero pero no sé bien desde cuando ni sé bien como. Solo sé que mi jaula no es física y que jamás volveré a ser el mismo. Hoy lo he vuelto a ver y fue tan real que parecía un sueño. Sus pupilas abrazaban mis ojos y mis cansados pies parecían flotar sobre el suelo al ritmo de su respiración, como si toda la energía de mi cuerpo quisiera hacer un inútil intento de escapar. Su hedor me impedía mirar su aspecto humanoide con detalle y el asco me imprimía gestos impulsivos en todos los músculos de mi cara. Sonreía como si disfrutara ver mi agonía inerte y sus ojos rojos de una profundidad oscura se alimentaban de mi temor hasta que un destello fino y frio como una aguja bajó por mi medula y estalló en mis caderas encendiendo mis entrañas en una sensación nauseabunda y dolorosa. He visto su sombra burlarse compulsivamente de mí y correr desafiante por las paredes. He sentido el horror de mudos compañeros de celdas imaginarias y desde las cuales he escuchado los gritos de sus voces solitarias retumbando en las esquinas de las paredes de túneles siniestros y oscuros.
Mi corazón y mi mente ya no están en el mismo lugar, por eso hoy haré el último intento de enfrentarlo. No puedo seguir creyéndome capaz de escapar sin intertarlo. Debo hacerlo, lo haré al amanecer, un último intento aunque sea por el abismo de la ventana…prefiero morir antes que dejar que la bestia me domine nuevamente. No quiero seguir siendo el alimento de sus esclavizantes dolores.
Peor será si sobrevivo pues sé que será para el.
No quiero volver a alimentarme de ti, ya no mas.
Lamento no volver a ver tu hermoso rostro por la mañana pero si sobrevivo a esto no me volverás a ver jamás.
Ya no soy el mismo. Ahora soy su hijo.

Pero siempre te amaré

Flavio

Nada más que un juego.

Nada, lentamente la idea de la nada se colaba en su mente. Nada, una imagen en su cabeza que se perdía, volviéndose acuosa, dilatada hasta volverse nada. Una nada oscura y envolvente capaz de aniquilar cualquier sensación de algo, de lo que fuese. Se sintió triste y melancólico. Los árboles con su olor a húmedo, la luz del atardecer colándose entre las nubes y el verde siempre eterno del pasto. Todo aquello que alguna vez le hiciera sentirse capaz, generoso e inspirado, ahora lo hacia sentirse nada. Ni siquiera el canto de los pocos pájaros que desafiaban al frío con su trino tremebundo lograba rellenar la nada.
Nada, era como si su alma se hubiera vaciado y no fuera más que nada. Intentó inútilmente escribir las ideas sueltas que se le vinieran a la cabeza, pero nada. No había ideas. La nada se arremolinaba frente a su existencia como un torbellino que lo atrapaba y lo empujaba al vértice. Pensó entonces en lo fácil que antes le había sido escribir. Era capaz de escribir una novela en menos de una semana y eso lo hacia sentirse satisfecho y no solo a él, si no también a los editores y a los críticos que lo trataban como a un genio. Mas que mal escribía fantasías desde pequeño, desde antes de ingresar a la literatura formal.
Todo había pasado tan rápido hasta que logró armar su obra maestra. No era un cuento, no era una novela, era una obra maestra. Tres tomos, doscientas veinte paginas completas cada uno. Los críticos la habían amado. La parsimonia de las frases, las metáforas exactas, los acontecimientos, todo encadenado en la justa medida como si fuera parte de la realidad misma. De su realidad. Al terminar de escribirla sintió que su trabajo estaba terminado, incluso sintió miedo que al enviar el documento a corrección los editores (malditas ratas) pudieran destruir la continuidad y la armonía de su obra. Pero no, los correctores la devolvieron intacta y llena de elogios. Se imprimieron los textos en menos de una semana y a los pocos días fue éxito de ventas. Después de eso (y durante más de un año) no se hizo otra cosa que hablar con satisfacción de su libro, lo entrevistaron en los diarios y en la televisión, asistió a programas y charlas en universidades y hasta el presidente lo invitó al palacio de gobierno. Durante todo ese tiempo la gente lo reconocía en la calle, lo saludaban, le pedían autógrafos, bendiciones y consejos. Los escritores desconocidos le mostraban sus ideas. Pero nadie, nadie le pedía que escribiera. Ni siquiera el mismo se pedía eso. Hasta ahora, aquí en este banco de la plaza, abordado por la nada, no había comprendido que ya lo había dado todo.
Se recostó en el banco y dejó que la luz del moribundo sol le calentara la cara. La sensación lo hizo sentirse pequeño y se acurrucó en el banco hasta quedar en posición fetal. Se llevó el lápiz a la boca como si fuera un chupete y jugó a sacarle fibras de madera con los dientes hasta que se quedó dormido. El frío de la noche lo despertó. La oscuridad caía sobre la ciudad como una nada gigantesca. Entonces decidió salir a caminar para calentar su cuerpo, se sentía vacío y helado. Camino largo rato hasta que se detuvo frente a un local que tenía un gran cartel que decía “Restaurán el Hoyo”. La aberración en la escritura le motivó a entrar al local. Era un lugar lúgubre, iluminado por pequeñas lámparas rojas que colgaban del techo dándole un toque carmesí al lugar. Varias mesas sucias y vacías estaban repartidas desordenadamente. En una de las mesas cuatro personas fumaban, bebían y jugaban con las cartas. En el bar un anciano delgado y de blanco delantal limpiaba vasos con un trapo gris. Se sentó en uno de los pisos apostados en el bar.
-¿Desea algo joven?- le dijo el anciano.
-Si, un café por favor.
-No tenemos, pero si quiere algo para el frío le ofrezco un whisky. No se arrepentirá- le dijo guiñando el ojo.
-Está bien, creo que me servirá- le respondió sonriendo.
Miró alrededor mientras bebía su trago y observó a los jugadores. Sus caras cansadas, presumiblemente de agobio, por una dura jornada de trabajo dejaban filtrarse una luz de felicidad por el descanso que les provocaba el simple hecho de sentarse a jugar para pasar el tempo. Algo que él nunca había hecho, siempre estaba escribiendo, era lo único y lo mejor que sabía hacer. Al ver las caras de los jugadores sintió que aquello que le faltaba era justamente lo que lo había consumido hasta dejar sus ideas y su vida sumidas en la nada.
Antes de poder continuar con sus cavilaciones sintió a uno de los jugadores que lo llamaba.
-¡Ey! ¿Quieres jugar con nosotros?- le dijo –Nos falta uno para la mesa. No te preocupes no estamos apostando, solo pasamos el rato.
Se levantó automáticamente y se dirigió a la mesa.
-Pero no sé jugar…
-No es importante, el juego es simple y es solo por diversión.
“Solo por diversión” pensó y recordó que jamás había hecho el simple ejercicio de hacer algo solo por diversión. Siempre había estado rodeado de gente que le pedían que hiciera cosas útiles. Gente que lo valoraba por sus capacidades y le exigía, gente que lo admiraba y lo reconocía. Y ahora se encontraba ahí, rodeado de seres que ni siquiera sabían quien era él. Peor aún, así se sentía cómodo. Se estaba divirtiendo.
-Bueno, la cosa es simple: hay que contar los números de las cartas y… siéntate y te explicamos- le dijo mientras le mostraba una silla vacía -Por ser primerizo te daremos la misión de contar los puntos mientras aprendes y a la siguiente ronda juegas con nosotros. ¿Sabes escribir, no es cierto?

Sonrió y miró a los jugadores
-Sí, creo que si sé- respondió con una sonrisa y se sentó a la mesa.

Fetiche

Todo ocurrió más rápido que nunca. Estaba sentado en la parte de atrás del bus, era de esos buses orugas y tome la penúltima fila de asientos lo que me permitía quedar en posición contraria a los demás pasajeros y observar los últimos asientos. Era la mejor posición para tranquilamente desmenuzar a Huxley. Estaba entonces sumido en mi lectura cotidiana y casi ni noté cuando subieron al vehiculo, de no ser por le reflejo platinado en el rabillo de mi ojo quizás nunca lo hubiera notado. Y digo nunca con la convicción de que mis palabras son falsas pues cuando el destino se trae entre manos involucrarte en situaciones bizarras no hay nada que te salve, es como si quedaras a la deriva y sin remos en un rio calmo. Sabes que estas bien, te siente a salvo pero aun así no tienes idea donde esas aguas te llevaran, es mas, sabes que bajo esas aguas se esconden piedras que pueden destrozar tu estructura y hacerte precipitar fuera en donde nuevamente estarías a salvo nadando pero la sensación de la proximidad de la inseguridad seguiría revoloteando durante todo el viaje. En mi caso el bote era una cabellera dorada y se subió acompañada por un tipo delgado enlutado en cuero. Se ubicaron en el último asiento al lado de la ventana, llevaba un gamulan gigantesco que le cubría todo el cuerpo y solo dejaba ver sus tacos y su bello rostro. En cuanto ella se sentó comenzó a mirar por la ventana como si su acompañante no existiera. El le hablaba en voz baja y gesticulaba, trataba de justificarse por algo y ella mantenía su rostro impávido frente a la ventana. De repente ocurrió, una lágrima se deslizo desde sus ojos azulados y rodó por sus mejillas hasta acurrucarse en sus labios. Ese momento, que pudo haber sido un momento cualquiera para otra persona, fue para mí el momento culmine, máximo. No se porque pero cada vez que veo a una mujer llorar siento una irrefrenables ganas de abrazarla, besarla y hacerle el amor. Primero con pasión, luego con locura. Entonces la rabia se funde con mis sensaciones porque sé que soy incapaz de mantener la concentración en el acto amatorio. No se si se trata de desinterés (siempre he considerado que el sexo es un momento sin intelectualidad por lo que no me es interesante de ninguna manera) o si tanta lectura ha corroído mi mente hasta el punto de no encontrar satisfacción en nada que sea real. Para mi el deseo es una sensación en mi cabeza irreproducible en la vida real. Pero la verdad no podía quitar la mirad de ese rostro, sus facciones aparentemente duras, escondían detrás una agotamiento intenso. El tipo seguía hablándole cada vez más alto y gesticulando cada vez con más intensidad. La misma intensidad que hacia subir la temperatura de mi sangre y en mi cabeza comenzaban a hervir imágenes donde yo golpeaba con vehemencia al tipo hasta hacerlo caer y luego seguía golpeándolo en el suelo hasta que la sangre salía de su cabeza como una cascada carmesí y en ese instante ella abría su gamulan para mostrar que llevaba un ajustado vestido de latex y ambos, como si fuéramos parte de una orquesta infernal, golpeábamos el cuerpo moribundo hasta transformarlo en un charco de sangre gigante sobre el cual nos abrazábamos y nos revolcábamos y nos besábamos hasta que el sabor salado de la sangre se fundía en el dulce sabor de su saliva y repentinamente nos veíamos desnudos, manchados de sangre, haciendo el amor como dos bestias demoniacas condenadas a la lujuria en el infierno eterno. Esos pensamientos me hicieron despertar a la realidad y observe la escena. El tipo ya no hablaba solo rumeaba unas palabras sueltas y miraba en dirección contraria a la mujer, yo no se como lo hacia pues yo no podía sacarle la vista de encima. El deseo creció, sentí dolor en mi alma por mi cerebro lleno de gusanos dantescos y no aguanté más y de un salto bajé del bus en la primera parada que vi. Ahí, apoyado sobre un teléfono publico, vomite mis pecados digeridos en forma de desayuno que había sido la única comida que había tenido en el todo el día. Me sentí sucio e impotente y estuve a punto de lanzar un grito al infinito cuando sentí un golpeteo en el suelo detrás mío, gire mi cabeza y la vi que se había bajado tras de mi, comenzó a caminar y el golpeteo de sus tacos en el suelo me invitaba a seguirla, primero autómata luego me di cuenta que a cada paso que ella daba, a cada sonido de sus tacos sobre el suelo me sentía más excitado. Me imaginé estar tendido en el suelo frene a ella mientras sus tacos marcaban sus pisadas por todo mi pecho, por mi ombligo y finalmente por mi miembro. El solo imaginar el dolor de la escena me hizo sentir una ráfaga de calor intenso que me recorrió entero pero que finalmente se concentró en mi entrepierna. Ella noto que yo estaba detrás, giró y me miró. Su rostro seguía impávido y la lágrimas le seguían corriendo por sus mejillas
-te sientes bien- le dije casi automáticamente
-No…- me dijo y se puso a llorar.
No se de donde salieron mis fuerzas pero me acerque rápidamente a ella y la abrace. Quedamos en una perfecta sincronía entre sus hombros y mis brazos, pero yo no podía alejar de mi mene la idea de sus tacos pisando por todo mi cuerpo. Eso mezclado con la ternura de la escena me provocó una erección como hace tiempo no tenía. Y se que no fui el único que lo notó. Ella me miró y yo sin saber como, la bese fuerte como nunca había besado a nadie.

Pisadas

No entiendo por qué tengo que seguir los mismos ritos, vagar, pisadas, bordes. Por qué siempre los mismos estímulos. Es como un mantra corporal, como un yoga visual en el cual soy capaz de desarrollar percepción y abstracción al mismo tiempo. Incluso las interrupciones son cotidianas, siempre al principio y al final. Y una canción, la banda sonora no son las pisadas, sino la primera canción. La audición, el silencio. El silencio concebido como el relleno del sonido. Rellenar la música con silencio y no el silencio con música. Así como en el Japón se habla del MA y LaoTse diciéndome “las paredes y ventanas forman la casa pero la esencia de la casa es el vacío en su interior”. El vacío, el vacío puro. Estado dominante de transmutación. Efecto del destino, del silencio, del cotidiano. El mundo forma una espiral. Caminando por el borde y tratando de no pisar las líneas. Manías cotidianas. Que hunden el reflejo interior en el exterior. En mi interior. Sin inicio o fin, solo un camino con interminables dicotomías. Hasta hacer estallar la catarsis en la conciencia. Una sensación pura y blanda. No puedo evitar recostarme al pensar y a veces me quedo dormido para entrar en mi mente en forma de sueño que nunca puedo recordar. En donde las soluciones se funden con los problemas.
Por eso nunca logro obtener una conclusión de nada.

El guardián

En cuanto lo vi supe que no lo lograría. La micro ya había comenzado a cerrar sus puertas. De todas maneras trató de escabullirse entremedio de las puertas traseras. No lo logró. Las puertas se le vinieron encima dejándolo semi-atrapado entre éstas y el fierro central que sirve como apoyo de la escalera. Pero el hombre no vaciló. Moviéndose con toda su fuerza empuja la puerta derecha hasta mantenerla abierta y ágilmente se desprende del fierro mientras la otra puerta se cierra de un golpe espectacular producto de la hidráulica. Luego suelta la puerta que él mantenía sujeta y se libra del embrollo de un par de saltos quedando parado en el centro del pasillo del vehículo. Yo lo quedó mirando desde mi posición en el último asiento de la esquina derecha. El también me mira y nuestras miradas cruzan una sonrisa. Lleva una chaqueta azul marino y debajo de ella un grueso chaleco de lana. En el brazo izquierdo lleva una caja con Mantecoles. Sus ojos están rojos y su sonrisa dilatada. Él baja su mirada y se acomoda su gorro pescador que tiene estampado alguna insignia de alguna universidad de algún país. Terminada su labor busca en la mochila que lleva en la espalda y saca una bolsa llena de caramelos que ubica geométricamente en el único espacio vacio entre su brazo y la caja de Mantecoles. Entonces comienza su predica.
“¡tresdulcespocienmantecol
acieeeen!”, “¡tresdulcespocienmantecolacieeeen!” y lo repite avanzando por el vehículo con la agilidad del pregonero de la glucosa. Pero nadie compra.
Llega hasta el principio del bus sin suerte y gira para devolver su camino. A pesar de estar completamente absorto con la escena, despierto y comienzo a buscar en mis bolsillos, solo tengo un billete de mil. Levanto la mano para llamarlo, el tipo se me acerca con mirada ansiosa y le entrego el dinero.
-¡Quiero Mantecol!- dice en mis labios mi niño interior.
-¿Toda la plata?- me dice con una sonrisa ambiciosa. Me quedo pensando un rato pero luego respondo afirmativamente.
-uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueveeeeee y diez- dice mientras me va pasando el cargamento azucarado.
-¡Deberías haberme pasado una bolsa!- le digo sorprendido por la invasión de infancia.
-¡No tengo jefe, pero le voy a buscar altiro!- replica.
-ja ja ja no te preocupes- le digo mientras guardo uno a uno los paquetes en mi bolso. Me agradece. Mete la mano en la bolsa de dulces y saca dos calugas, una verde y otra azul.
-Toma, ahí va la yapa- me dice mientras me pasa los dulces.
-Gracias, pero no es necesa…- no alcanzo a terminar la frase cuando me doy cuenta que la micro se ha detenido y el vendedor, desaparecido por la puerta trasera como un romance de verano. Sonrío y cuando termino de guardar el último botín siento esa misma sensación de cuando estás parado en medio de un charco lleno de sapos. Levanto la cabeza y veo que todo el mundo me está mirando con cara de incredulidad.
-Es que voy a ver a mi vieja y mis sobrinos- les digo mientras me reclino en el asiento, abrazando mi bolso y dejando solo dejando mis ojos a la vista.



El Héroe

Frente al ventanal miró su rostro reflejado. Su actitud era la misma pero algo había cambiado. Antes su piel brillaba con el color cobrizo del sol, pero el tiempo la había vuelto opaca y la había pintado de un color verduzco. Su ropa estaba manchada por sobre los hombros y la suciedad hacía que ya ni se notaran las medallas que colgaban de su chaqueta. Pensó en sus tiempos de héroe, cuando las multitudes lo aclamaban. Ahora ya nadie mostraba el respeto que se merecía. A nadie le importaba su vida y nadie lo reconocía. Incluso, a veces, lo confundían con otros personajes de menor importancia. Ya nadie le traía flores, ya nadie lo iba a visitar. Solo las palomas eran sus amigas, las palomas y los perros vagabundos. La ciudad ya no era como él la recordaba, no había carruajes ni caballos en las calles. Ya no se respiraba el olor de la cazuela ni de los choclos desgranados de mediodía. Ya nadie se sentaba en la plaza a leer o conversar. Solo los mendigos usaban las bancas como dormitorios pasajeros. La ciudad era solo luces, edificios y motores. Y ruido, por sobretodo ruido. Incluso las personas no eran las misma, ya no les importaba la independencia ni la república, solo les preocupaba llegar temprano a sus casas para ver la televisión y descansar. Ya no había el espíritu de la cueca flotando en el aire. Lo único que se mantenía igual era su postura firme, la misma que tenía cuando eliminó la opresión, la misma con la que dirigió los ejércitos libertadores, la misma con la que luchó para que ahora todo sea de una forma distinta a la que es. Se sintió desilusionado. De nada había servido su mano derecha empuñando la espada justiciera, ni la bandera flameando libre en su mano izquierda. “son nuevamente esclavos”, pensó y sintió deseo de volver a librar batallas para liberarlos del conformismo. Pero sabía que eso era imposible. “Algún día volveré a luchar” pensó y su corazón se hinchó. “Algún día los héroes nos volveremos a levantar y volveremos a pelear por un mejor…”, y se detuvo en sus pensamientos. Sabía que eso era imposible.
Para él solo quedaba esperar, esperar a que lo vinieran a liberar de la tumba en la cual se encontraba ahora.

Solo quedaba esperar el día que las estatuas volvieran a la vida.