“¡tresdulcespocienmantecol
Llega hasta el principio del bus sin suerte y gira para devolver su camino. A pesar de estar completamente absorto con la escena, despierto y comienzo a buscar en mis bolsillos, solo tengo un billete de mil. Levanto la mano para llamarlo, el tipo se me acerca con mirada ansiosa y le entrego el dinero.
-¡Quiero Mantecol!- dice en mis labios mi niño interior.
-¿Toda la plata?- me dice con una sonrisa ambiciosa. Me quedo pensando un rato pero luego respondo afirmativamente.
-uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueveeeeee y diez- dice mientras me va pasando el cargamento azucarado.
-¡Deberías haberme pasado una bolsa!- le digo sorprendido por la invasión de infancia.
-¡No tengo jefe, pero le voy a buscar altiro!- replica.
-ja ja ja no te preocupes- le digo mientras guardo uno a uno los paquetes en mi bolso. Me agradece. Mete la mano en la bolsa de dulces y saca dos calugas, una verde y otra azul.
-Toma, ahí va la yapa- me dice mientras me pasa los dulces.
-Gracias, pero no es necesa…- no alcanzo a terminar la frase cuando me doy cuenta que la micro se ha detenido y el vendedor, desaparecido por la puerta trasera como un romance de verano. Sonrío y cuando termino de guardar el último botín siento esa misma sensación de cuando estás parado en medio de un charco lleno de sapos. Levanto la cabeza y veo que todo el mundo me está mirando con cara de incredulidad.
-Es que voy a ver a mi vieja y mis sobrinos- les digo mientras me reclino en el asiento, abrazando mi bolso y dejando solo dejando mis ojos a la vista.
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