martes, 28 de abril de 2009

La hora de la función: Parte II - "El gato negro"

Las luces perdían fuerza al ritmo del telón que se recogía. Mí traje blanco se volvía gris bajo la penumbra. Un tímido aplauso general daba la bienvenida a los músicos que ya estaban con su impecable frac sobre el escenario. Los bronces relucían con la tenue luz y un piano de cola se transformaba en la vedette del ambiente. Todo esto pasaba sobre el escenario como un ceremonial sordo ante mis ojos porque, aunque puedo detallar con lujo la escena, yo no me encontraba completamente allí. Mi mente vagaba y se confundía en espirales torcidas de recuerdos que me generaban no una sensación en particular, sino una papilla de sensaciones. Las imágenes se atoraban en mi memoria y las frases taponaban mis oídos. "Siempre es levemente siniestro volver a los lugares que han sido testigos de un instante de perfección" me recordaba el Martín de Sabato aún paranoico por la misteriosa Alejandra. De repente un tipo pequeño y de rasgos orientales irrumpió en el escenario. Su actitud displicente y limpia contrastaba con un aire pusilánime que lo rodeaba. “¡El pianista!” me dije sobresaltado en el instante que un aplauso soberbio comenzó a crecer por todo el teatro. Un aplauso envolvente y avasallador que me producía una profunda molestia en la cabeza. No se que sería, si la poca coordinación entre las personas que aplaudían (siempre he sido un maniático musical) o el eco golpeteando en las paredes del teatro. Con dificultad, y creo que sudando, puse mi atención sobre el pianista. Era un tipo serio y limpio, parecía no inmutarse por los aplausos y de un momento a otro comenzó a abanicarse sobre sus reverencias. Es gesto fue el fin para mi puesto que con cada contorsión del oriental, sentía mi estomago contraerse y un calor profundo aglutinarse en mi garganta. Sentí un incontrolable deseo de vomitar y con decisión me incorpore como si un resorte estuviera ajustado entre mi cadera y mi espalda. “¡Permiso!” repetía una y otra vez a las personas en mi camino a medida que trataba de salir del lugar. “¡Permiso!” y las personas me miraban con asombro y me dejaban pasar como intuyendo lo que me ocurría. Una de ellas, no recuerdo con certeza sus rasgos pero si sus canas, me ataco.
-¿A dónde crees que vas? – me dijo. Yo solo lo mire con ojos desorbitados y no conteste.
-La función esta por comenzar, no querrás perdértela- replico ante mi inerte mirada.
-La función ya termino para mi- le dije con dificultad -y si no se mueve pronto, también se acabará para usted-. Entonces La persona me miro atolondrado y sin dudar me dejo pasar.
No se como llegue hasta afuera. Solo sé que estaba sentado en las escalinatas a la entrada del teatro. Los colores eran difusos y las imágenes alargadas. El extraño brillo en mis zapatos y una mancha a mi lado me hacían recordar que efectivamente había vomitado copiosamente. Trate de ordenar mis ideas. Lentamente sentí que mis sentidos se orientaban y que la realidad volvía a mí. Durante un corto rato hice ejercicios de respiración hasta que me sentí capaz de levantarme. Volví a mirar el teatro. ¿Por qué había llegado ahí? ¿Por qué había entrado si sabía que la posibilidad de encontrármela era alta? ¿Por qué lo había echo aun sabiendo lo cruel que el destino podía ser conmigo? Estas preguntas retumbaron en mi cabeza así que decidí sacar mi MP3 y calzarme los audífonos. “la música me calmara” me dije sin mucha confianza. Presione el botón de play y la melodiosa voz de Maynard explotaba bajo los sincopados acordes de Tool.

Cold silence has/ a tendency to/ atrophy any/ sense of compassion

“¡Maldito destino, sigues jugándome malas pasadas!” me dije al instante en que me sacaba los audífonos. Me había prometido a mi mismo no volverla a ver, pero aun así ahí estaba yo, en el preciso lugar donde nos conocimos… ¡que ingenuo! En ese mismo instante un gato negro maulló desde el callejón contiguo al teatro. Me acerque a él y comencé a acariciarlo. El gato se dejaba querer y a ratos enredaba su cola entre mis piernas. “Eres un animal muy bello. Lastima que traigas mala suerte, serías un buen compañero”, le dije como si pudiera escucharme. Al instante vi por el rabillo de mi ojo vestido delgado deslizarse por las escaleras del teatro, se detuvo en la entrada y comenzó a mirar hacia todos lados como buscando desesperadamente algo. Ese algo era yo. No sabia que hacer, ahí estaba la culpable de todos mis amores y temores nuevamente…buscándome. No se por qué pero agarre al gato negro y me eche a correr con todas mis fuerzas en dirección contraria al teatro. El gato maullaba como loco pero se mantenía en mis brazos. Me detuve a un par de cuadras y con el gato aún en mis brazos. El felino me miraba con ternura y yo sudaba copiosamente, entonces ocurrió lo increíble. El gato me miró y me sonrió, juro que fue verdad. Aun atónito por la escena lo miré a los ojos, –No te preocupes, te juro que nunca mas la volveré a ver- El gato cerró los ojos y se hizo un ovillo en mis brazos –Es hora de que tú y yo demos un largo viaje lejos de acá- le dije sobresaltado aun por la carrera y tratando de recuperar mi respiración.

No hay comentarios: