martes, 28 de abril de 2009

La raíz de todos los miedos

Cuando niños con mi hermano fuimos antagonistas, creo que es cosa de hermanos. Yo decía fútbol él decía basket, yo decía rock él decía rap...casi nunca jugábamos juntos y cuando lo hacíamos terminábamos sacándonos sangre y lagrimas. Por eso cuando mi padre, esforzado zapatero de aquellos tiempos, recibió un lanudo perrito en parte de pago, yo fui el mas feliz. Mi padre dijo que se llamaba Junior como el perro de la película pero el caso es que no hay niuna película con un perro llamado Junior. Con el tiempo descubrimos que el verdadero nombre era Benji y mi padre lo confundió con Junior.
Pero de todas maneras así quedo bautizado...Junior Peluchin.
Junior era un perro muy lindo que me acompañaba a clases todos los días. Era muy inteligente. En aquellos tiempos sin pc, ni internerd, ni transantiago, se usaba la bici para llegar al colegio. Eran lagos trechos y él corría a mi lado hasta la puerta del colegio, luego se quedaba ahí esperando...o eso creía yo
Mi madre me decía que después de ir a dejarme Junior volvía solo a casa, comía, dormía y luego en la tarde desaparecía. La verdad era que no desaparecía sino que iba buscarme al colegio. Siempre estaba ahí en el mismo lugar a la hora de salida, la entrada de mi colegio. Moviendo la cola, esperándome para correr a mi lado de vuelta a casa.
Era una historia feliz, pero toda historia feliz siempre tiene un desenlace dramático...
Fue un día de mucho sol, yo había pasado un tiempo enfermo en cama pero ya estaba recuperado. Había faltado a muchas clases y mi madre me dijo -"vas a ir donde fulano de tal a buscar los cuadernos con la materia que falta"-. En aquellos tiempo me gustaba el colegio y mucho mas estudiar por lo que la tarea no era un suplicio ni difícil de cumplir.
-"Pero no vas a ir en bicicleta porque aun estas convaleciente, y no vayas con el perro porque lo pueden atropellar"-
No obedecí ni lo primero ni lo segundo. O sea trate, pero Junior me siguió y yo no hice nada para detenerlo. La verdad su compañía me era grata, yo era un niño solitario y el era la única tradición que me hacia sentir seguro. Entonces tomé la decisión de dejarlo que me acompañara, total él ya sabia el camino.
No recuerdo como fue el viaje solo recuerdo que era tan feliz como siempre.
Entonces ocurrió…
Yo ya había llegado a la casa de mi compañero y me prestaba a llamar a la puerta cuando un hombre en bicicleta me habla desde atrás.
-"Oie, ¿este perrito es tuyo?"- y ahí estaba como un bulto lanudo tirado al borde de la calle
-"Pasó un taxi y lo atropelló, yo lo traje hasta acá"- dijo, monto su bicicleta y se fue...
Realmente no sabía que hacer, Junior no sangraba pero tampoco decía nada y no se movía, solo tenia la lengua afuera cayendo por la comisura de sus labios. Pero aun parecía respirar. En la desesperación del momento lo tomé en mis brazos y comencé a correr. Yo debía tener algo como 9 o 10 años y era un chico delgado y debilucho. El perro en mis brazos era extremadamente pesado. Aun ahora cuando pienso en ese momento siento el dolor en mis antebrazos... y en mi alma. Corrí, corrí mucho mientras lloraba desesperado y recordaba a mi madre cual oráculo advirtiéndome sobre el destino fatal. Lloraba porque mi amigo se moría en mis brazos. Lloraba porque el dolor en mis brazos y pies eran tan grande como el dolor que sentía en mi alma. Lloraba porque mis decisiones habían tenido la culpa...
No recuerdo cuanto tiempo corrí pero fue mucho, sentía mi perro agonizar en mis brazos y el agotamiento de mis extremidades marcaba a fuego el dolor por la responsabilidad que me cabía en aquello...
En fin, llegue a mi casa y mi madre desesperada (mas por mi rostro que por la muerte del perro) llevo a Junior donde una vecina para que nos ayudara.
Pero era demasiado tarde.
-"Está casi muerto, no puedo hacer nada por el"- Sentencio como si fuera un Dios que da y quita la vida.
Yo en ese instante sentí que aquella mujer condenaba la suerte de mi perro y con él, la de mi alma. La odie con mucha fuerza pero la verdad tenia razón, ya nada se podía hacer...
Mi madre nunca me dijo nada, solo me dejo llorar en sus brazos y me ayudo a enterrarlo no recuerdo bien donde. Pero no era necesario decir nada, yo ya lo sabía.

Desde ese día cargo en mi mente la culpa y responsabilidad por la muerte de aquel animal, de aquel amigo, de aquella alma...

Desde ese día maldito que cada vez que tengo que tomar alguna decisión importante el remordimiento y la culpabilidad vuelven a mi cabeza, como si con cada decisión que tomo en mi vida, fuera a llamar a la muerte a mí alrededor.

Recuerdo todo esto porque hace poco volví a tomar una decisión que mi mente cree correcta, pero mi corazón sigue temiendo que nuevamente mis decisiones llamen a la muerte... no la de Junior, sino de la mi alma.

Algún día lo volveré a ver y podré por fin pedirle disculpas, entonces volveremos a correr juntos.

Y esta vez, si él muere, no será mi culpa.

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